Atrás
El sonido de
una puerta siendo aporreada saco a la pequeña Dana de nueve años del pequeño
trance en el que se encontraba a causa de estar visualizando su serie favorita
sin interrupciones y comiendo palomitas con mantequilla, sus favoritas. Giró la
cabeza apartando por un momento la mirada de la televisión y estudió la puerta
con sus bonitos ojos grises entrecerrados. Volvió la vista nuevamente, soltando
un suspiro exasperado y golpeando sin fuerza el suelo en el que se encontraba
sentada.
-Mama-llamó
Dana alzando un poco la voz para que su madre la oyese desde la cocina.
Una cabeza
llena de rizos negros y largos se asomo a través del umbral de la puerta
sonriendo con amabilidad y alegría.
-¿Qué pasa,
cariño?-preguntó su madre con tono dulce.
Dana la miró,
siempre se había sorprendido de la belleza de su madre, que al entrar en
cualquier habitación, por muy oscura que estuviera, la convertía en el
brillante sol. Sus ojos eran de un color ámbar que los hacía destacar entre su cabellera oscura, una nariz pequeña,
pero bonita, unos labios rosados y finos y unos dientes blancos y rectos hacían
que su rostro fuese una especie de pacifica armonía que cualquiera mataría por
ver. Dana, agitó la cabeza haciendo que su cabello castaño claro, esa tonalidad
que compartía con su padre flotara en torno a ella como un halo espectral antes
de volver a su sitio, sobre sus hombros.
-Creo que el
loco de enfrente está intentando tirar la puerta abajo-comentó la niña mientras
se tiraba sobre el suelo enmoquetado del salón dirigiendo su vista hacia el
techo blanco.
El vecino de
en frente nunca le había dado buena espina, siempre volvía tarde a su casa y se
pasaba el resto del día allí metido recibiendo de vez en cuando la visita de
unos cuantos amigos. Dana sospechaba que habían formado una secta que defendía
la teoría de que todo el mundo debería hacer el vago todo el día, mas de una
vez había pensado en unirse a ella pero luego recordaba que ese hombre a veces
se dedicaba a tirar cosas al suelo mientras una música estridente no la dejaba
conciliar el sueño y entonces volvía a pensar que eso de ir al colegio no era
tan malo como estar loco.
Su madre soltó
una risa musical y se acercó a la entrada de la casa donde quien quiera fuese
todavía estaba golpeando la puerta. Se asomó por la mirilla inclinándose con
cuidado sobre esta. Y palideció. Se apartó con una mano en el pecho y caminando
hacia atrás con la boca ligeramente abierta, eso provoco que tirase sin querer
un jarrón al suelo, dando lugar a que Dana alzase la vista hacia su madre,
descubriendo la mueca de terror que recorría sus delicadas facciones. La niña
se incorporo en el suelo mirando los ojos de la mujer.
-¿Qué pasa,
mamá?-preguntó Dana levantándose, y acercándose a ella.
Su madre negó
la cabeza fingiendo que no la había oído.
-Richard-gritó
la mujer, llamando a su marido.
Dana miró el
pasillo para ver como su padre salía de una de las habitaciones, tenía el pelo
despeinado y los ojos grises rojos dejando ver que estaba en medio de un sueño
profundo.
-¿Qué pasa, Amy?
Amy tomo aire
antes de pronunciar con un tono oscuro y tenebroso.
-Nos han
encontrado.
Los ojos de
Richard se abrieron con sorpresa y se quedo por un momento en shock, hasta que
una bofetada por parte de su esposa lo hizo reaccionar. Dana ahogó un gritó al
ver a su madre pegar a su padre, sentía los pequeños engranajes de su mente
girar para intentar entender todo lo que estaba sucediendo pero al parecer su
cerebro se había tomado el día libre.
Richard movió
la cabeza de un lado a otro hasta que por fin consiguió espabilarse del todo.
-Papá, dime
que está ocurriendo no entiendo nada-pidió Dana al borde de un ataque de
pánico, los golpes que escuchaba la estaban poniendo más nerviosa de lo que
estaba y que sus padres se comportasen como los protagonistas de una película
de espías donde solo se entienden entre ellos no estaba ayudando mucho a que se
calmara.
Su padre la
miró con esos ojos que eran idénticos a los suyos y sin decir nada la cogió en
brazos.
-¿A dónde
vamos?-preguntó Dana con más confusión de la que antes tenía.
-No vamos-negó
su padre, con voz ronca- Tú vas.
-¿Qué quieres
decir?-cuestionó la niña cada vez con más miedo de que acertase en su
hipótesis.
-Mira
Dana-comenzó a explicarle Richard-esas personas, las que están aporreando la
puerta, son malas y vienen a por tu madre y a por mí-suspiro por un momento
mientras seguía caminando en dirección a la cocina-y tu vas a esconderte y no
salir por nada del mundo ¿Entendido?
La niña negó
con la cabeza reusándose a pensar que su padre estaba dando a entender que esa
sería probablemente la última vez que los viese.
-No,
papá-habló Dana con lagrimas cayendo por sus mejillas-No me dejéis sola.
Se encontró
los ojos de su padre, idénticos a los suyos y se sorprendió al verlos
cristalinos como un cristal recibiendo a la fuerte lluvia que se estampa contra
él. El hombre no dijo nada y simplemente la abrazó fuertemente contra él, se
separaron al cabo de unos segundos y al hacerlo Richard posó los labios sobre
la frente de su hija dándole un beso lleno de amor y a la vez de tristeza. La
bajo de sus brazos y la dejó en el suelo. Su madre se acercó a ella llorando
abiertamente sin molestarse en ocultarlo. Se arrodilló ante la niña quedando
casi a su misma altura y el estrecho contra ella. Dana lloró en el hombro de su
madre y cuando esta intentó separarse de ella se agarró con más fuerza. Al
final tuvo que llegar el fatídico momento de la despedida.
-Dana-habló su
madre-quiero que sepas que te queremos y que nosotros no hemos elegido todo
esto, es tu destino, comprenderás todo esto cuando llegue el momento, aunque tu
padre y yo no estemos allí para verlo. Simplemente recuerda-su madre se acercó más
a ella-No te fíes de las apariencias, es un error muy común y a la vez muy
tonto pero es necesario que lo tengas en cuenta porque dentro de algunos años
lo necesitaras.
Abrazó una vez
más a la niña.
-Te quiero,
cariño-murmuró en el oído de Dana.
-Yo también,
mamá-sollozó con fuerza.
Su padre se
acercó a ella y le dio un último abrazo a su hija.
-Siempre serás
mi pequeña-le susurró Richard con cariño, mientras le acariciaba el pelo.
-Papa-gimoteo
con más fuerza Dana.
Se separaron
por última vez y le ordenaron que se escondiese debajo de la mesa, tapándose
con el mantel.
-Te queremos.
Esas fueron
las últimas palabras que escuchó Dana salir de la boca de sus padres.
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La silla en la
que se encontraba estaba tan fría como
las lagrimas que caían por sus rojas mejillas.
Delante de ella
había un hombre de unos cuarenta y dos años con el cabello gris tanto en la
cabellera como en el pequeño bigote que estaba debajo de su gran nariz. Los
ojos te producían una sensación de tranquilidad haciéndote pensar que a su lado
estabas seguro. Y además contaban con un color azul que se asemejaba al
pacifico océano.
Era el policía
que llevaba el caso de sus padres.
Después de
haber encontrado a la niña en la casa en la casa de la que provenían los
disparos, la había sacado de debajo de la mesa, temblando, y con los ojitos
rojos después de su llanto silencioso.
El policía al
percatarse del lamentable estado de la pequeña la había llevado a la ambulancia
que estaba estacionada en la puerta de la casa para que revisasen cualquier
herida que pudiese pasar desapercibida a su escasa vista. Pero al parecer su
vago sentido no le había fallado y la niña no tenía ningún tipo de magulladura,
hematoma o arañazo que pareciese reciente.
Estaba bien
excepto por su constante temblor que hacía que sus dientes produjesen un
castañeo, el causante de su dolor de mandíbula.
El policía
decidió llevarla a un lugar más caliente, como era la comisaria para que la
niña se tranquilizase y calentase. Unos de los problemas estaba solucionado el
castañeo había parado y el color volvía poco a poco a la pálida cara de la
pequeña. Pero el otro estaba muy lejos de estar solucionado al contrario
parecía ser cada vez mayor.
La niña jugaba
con sus manos, ensangrentadas en los dedos de tanto mordérselos y no paraba de
mover la pierna golpeando el suelo una y otra vez con la planta de su deportivo
rosa. La espera parecía ser larga pensó el policía y por ello decidió ir a la
cafetería de la comisaria para coger un cacao caliente y un buen vaso cargado
de esa cafeína que tan preciada se le hacía en ese momento, llevaba
veinticuatro horas despierto y lo único que le podía llegar a mantener mínimamente
consciente de si mismo era el café.
Cuando llegó,
estaba completamente desierto restando la presencia de la camarera que atendía
detrás del mostrador. Se acercó a ella.
-Buenas
noches, Carla-saludó el policía con una sonrisa.
-Buenas
noches.
-Póngame, por
favor un cacao caliente y un café bien cargado-pidió el hombre mientras sacaba
del bolsillo trasero de su pantalón el dinero para pagar.
-¿Es usted quien
lleva el caso de la niña?-preguntó Carla mientras preparaba el pedido.
-¿Cómo lo
sabe?-cuestión el policía preguntándose si en algún momento de la conversación
lo había mencionado.
-No creo que
le lleve este cacao caliente a un amigo suyo policía, a estas horas de la noche
que es cuando la cafeína se pone de moda-sonrió Carla colocando el café y el
cacao sobre el mostrador.
-Buena
reflexión-admitió el hombre-Quizás deberíamos contratarla en criminología nos
vendría bien su ingenio.
-Solo me
conformo con que la niña este bien-Carla dejó de sonreír-estoy segura de que en
estos momentos necesita un gran apoyo emocional.
-Parece que
sabe usted mucho sobre el tema
-La
verdad-reveló la camarera-mis padres también fueron asesinados cuando era
pequeña y recuerdo que necesite mucha ayuda por parte de mis familiares.
El policía se
removió el pelo, inquieto.
-Siento
decirle que al parecer no se ha enterado bien de toda la información-Carla
frunció el ceño-La niña no tiene ningún otro familiar.
Carla contuvo
un grito ahogado llevándose las manos al pecho con gesto dramático.
-Pobre
criatura
-Va a ser muy
difícil para ella-dijo el hombre-sobre todo con lo pequeña que es.
El policía
cogió las tazas que se encontraban en el mostrador con la clara intención de
volver con la niña.
-Por favor,
prométame que va a cuidar de ella-pidió Carla con voz lastimera.
-No se
preocupe-el hombre se encaminó hacia la salida-Lo haré.
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Volvió dándose
un poco de prisa, no le gustaba tener que dejar a la niña sola por mucho
tiempo. Se la veía tan inocente y
pequeña.
Cuando llegó a
su oficina se encontró a la niña en la misma posición que tenía cuando había
salido excepto porque ya no se toqueteaba los dedos como antes, con
nerviosismo, y había dejado el movimiento de la pierna anterior.
Le puso la
taza que había traído de la cafetería en la mesa en frente de ella. Se quedó
por un momento absorta en el envase quedándose mirándolo como si fuese el
objeto más interesante del mundo, hasta que se dio cuenta de su estado
absorción y subió la mirada, encontrándose con la del amable hombre, que le
sonreía con sus dientes imperfectos.
-Es cacao
caliente– Explicó el policía-¿Quieres?
La niña asintió
bajando la mirada algo avergonzada.
El hombre dio
la vuelta a la mesa con su taza de café todavía en la mano, quemándose la palma
a causa de la elevada temperatura a la que se encontraba la bebida. Se sentó en
su silla, grande y de cuero que se alzaba con orgullo, pudiendo verla incluso
por encima de la cabeza del hombre.
-Ahora, que esta
más tranquila-afirmó el policía-Podemos empezar a hablar.
La niña
asintió con mirada ausente.
El hombre se
coloco más en su asiento, acomodándose.
-Yo me llamo
Oss Jelter-comenzó este-Y tu pequeña ¿Cómo te llamas?
La niña
levantó la cabeza de la taza en la que estaba bebiendo, el líquido calienta
paso por su garganta, destruyendo el frío que se había instalado en su cuerpo,
sustituyéndolo por calor y tranquilizándola a su vez.
-Dana-contestó
la niña volviendo a dejar la taza en la mesa que tenía en frente.
-¿Y tu
apellido?-Preguntó Oss intentando no agobiarla con otro tipo de preguntas.
-Webster-habló
Dana con un sollozo escapando de su garganta.
La niña siguió
contestando a las preguntas, llorando y cuando tuvo que explicar todo lo que
había visto durante el crimen, casi se vino abajo, pero se contuvo sabiendo que
si no lo contaba ahora quizás mañana se habría olvidado de algún detalle
importante que pudiese servir para encontrar a los asesinos.
-Yo estaba
viendo la tele-explicó la niña-cuando alguien empezó a aporrear la puerta, yo
creía que era el vecino de en frente y llamé a mi madre para decírselo, ella se
asomó a la mirilla, se puso muy nerviosa, llamó a mi padre y le dijo /Nos han
encontrado/, papá se puso también muy nervioso y me llevó corriendo a la cocina
para esconderme debajo de la mesa, después ellos se fueron. Yo solo me quedé
allí metida tapándome los oídos y con los ojo cerrando lo único que pude
escuchar fueron gritos y disparos- terminó llorando más fuerte.
El policía se
levantó de su asiento, para colocarse detrás de la niña, acariciándole la
espalda con un gesto tranquilizador.
-No te
preocupes Dana, no voy a dejar que te pase nada-prometió el hombre de corazón.
-¿Con quién
voy a vivir ahora?-inquirió la niña con la voz ahogada por las lágrimas.
Oss se quedó
mirándola pensando la respuesta que podía darle.
-No lo
sabemos-contestó finalmente- Hoy dormirás en la comisaria y mañana ya veremos
lo que pasa.
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La pequeña
cama de la celda estaba dura y para ser octubre muy fría.
No estaba
detenida pero ese era el único lugar donde había algún tipo de superficie mínimamente
cómoda para dormir dentro de la comisaria. Tenían la puerta de la celda abierta
por si tenía que acudir al baño en algún momento de la noche.
Acomodo la
blanda almohada una vez mas y volvió a apoyar la cabeza en esta, pero no sirvió
de nada, no podía conciliar el sueño. ¿Como esperaban que pasase la noche en
aquella celda sin más compañía que la de la luz de la luna que se colaba por
las rendijas que daban al exterior que le daba un aspecto de casa del terror a
la celda y que además estuviese tranquila? Pues claramente no lo estaba para
nada. Estaba esperando que en cualquier momento volviesen los asesinos que
habían matado a sus padres y acabar con ella también.
Todavía sin
Morfeo acudiendo a ella se puso a pensar con quien viviría ahora que no tenía
ningún familiar con vida. Se imagino que lo más seguro era que la llevasen a un
orfanato o la dieran en adopción lo había visto en las películas, pero eso era
ficción y lo que estaba viviendo ella era la vida real. Por primera vez en el
día se puso a pensar en todo lo que había perdido y se sorprendió al darse
cuenta de que no solo habían sido sus padres, toda su vida se había ido al
garete, no volvería a ver a Mary, su mejor amiga, ni tampoco a la Sra. Payne,
su canguro, ni a Rose, ni a Colette, ni a Dallas, ni al Sr. Tomlinson, ni a… Se
obligó a si misma a alejar esos pensamientos de su cabeza porque cuanto mas
pensaba mas se daba cuenta de que en un día había perdido toda su vida. Y con
Morfeo acudiendo por fin a su encuentro se dejo caer en sus brazos.
Sus parpados
se abrieron con lentitud intentando que la luz del Sol que ahora bañaba la
estancia no dañara sus ojos. Un bostezo se escapo de sus labios y ella no hizo
nada para detenerlo. Estiró lo brazos, desperezándose y se sentó en la cama
poniendo los pies en el suelo. Levantó la cabeza, y se encontró con el policía llamado
Oss que la sonreía amablemente desde toda su altura.
-Buenos días,
Dana-saludó Oss acercándose a la pequeña hasta ponerse en cuclillas a su lado.
-Hola-murmuró
Dana notando la boca pastosa al decirlo. Su estomago gruñó dejando ver que tenía
hambre.
-¿Tienes
hambre?-preguntó Oss aun sonriendo.
-Si-contestó
Dana sintiendo como se retorcían sus tripas.
Oss le tendió
la mano y la niña se quedo mirándola antes de decidir cogérsela.
-Vamos a la
cafetería-dijo el policía mientras veía como la niña se ponía de pie-necesitas
comer algo.
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Se sentaron en
una mesa al lado de la ventana. Dana pudo ver el caótico paisaje que se extendía
fuera, la lluvia lo cubría todo y la gente pasaba corriendo cada uno en
diferentes direccione huyendo del agua como si de acido se tratase. A ella
siempre le había gustado el agua, ponerse debajo de la lluvia le había llamado
la atención desde un primer momento por una película que había visto con sus
padres en la que un chico y una chica se besaban debajo de ella. Dana a eso le
parecía asqueroso pero despertó en ella el deseo por ponerse debajo de la lluvia,
y lo hizo, y también se gano un buen castigo y un resfriado de campeonato.
-¿Qué quieres
tomar, pequeña?-le preguntó la camarera, sacándola de su estupor.
Meneo la
cabeza antes de contestar.
-Una tostada
de melocotón y un batido de mango-pidió Dana sin girarse a la chica, estaba
demasiado ocupada mirando por la ventana.
-Yo quiero
chocolate caliente con churros-dijo Oss sonriendo con amabilidad a la camarera.
Esta se
encamino hacia el mostrador para preparar el pedido de la niña y el policía.
-Dana-llamó el
hombre.
La niña se
giró quitando la vista de la ventana por primera vez desde que habían entrado a
la cafetería.
-Hay un coche
esperándote fuera.
-¿Para qué?-preguntó
Dana con desconfiada teñida en sus palabras.
-Ya lo veras.
En ese momento
la camarera se acerco con una bandeja en donde descansaban un vaso, una taza y
dos platos. Colocó cada uno en su lugar delante del policía y la niña. Comieron
en silencio. No había necesidad de decir nada. A Dana la tostada le supo gloria
y consiguió calmar a su fiero estomago. Dejo el batido lo último y se lo bebió
con rapidez. Oss ya había terminado su desayuno y esperó a que ella también lo
hiciera. Pagó a la camarera y se levantó de su silla, con Dana imitándolo se
encaminó a la salida del establecimiento con la niña a su espalda.
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Aceleró el
paso intentando ir a la misma altura que Oss pero lo que para el policía era
una velocidad de un paseo por el parque para ella era como correr una maratón. El
eco de sus pasos se perdía en el largo pasillo que recorrían. A ambos lados de
este había puertas de un color blanco brillante y con el pomo negro, todas
ellas iguales.
Siguieron
andando hasta que llegaron al final donde un vestíbulo blanco y luminoso les
dañaba la vista, pasaron a través de él y se dirigieron a la puerta que daba al
exterior.
Un coche negro
y grande estaba aparcado en la acera, enfrente de ellos, Oss era más alto que
el vehículo pero en cambio la niña tenía que alzar la vista para conseguir divisar
la ventana. La puerta del copiloto se abrió y una mujer delgada, con facciones
delicadas y el pelo rubio recogido en un moño bajo, salió del coche con sus
tacones altos golpeando el asfalto, dio la vuelta y se plantó en frente de Dana
y Oss con una sonrisa brillante.
-Buenos días,
agente Jelter-saludó la rubia.
-Buenos días,
Sra. Malik
La Sra. Malik
miró a Dana con aire pensativo antes de volver a hablar.
-¿Se lo ha
contado ya?-preguntó la mujer todavía con la vista puesta en la niña.
-No-contestó
Oss.
La mujer
suspiró antes de agacharse a la altura de Dana y acariciarle la mejilla con una
sonrisa dulce.
-Hola Dana, me
llamo Laura y dirijo el orfanato Leias-explicó la mujer con calma-Y he venido a
llevarte allí donde te cuidaremos hasta que alguien decida adoptarte, siempre y
cuando tu estés de acuerdo.
Laura debió
ver la expresión de miedo de la niña porque intentó tranquilizarla.
-No te
preocupes, los orfanatos no son tan malos como en las películas, podrás hacer
amigos y recuperarte de todo lo que has tenido que vivir, en un ambiente
tranquilo y libre de distracciones.
La cara de la
niña se relajo un poco, aunque no demasiado, tendría que volver a empezar de
cero, nuevos amigos y nueva vida, sin sus padres. Ese pensamiento la hizo
sentir los ojos llorosos pero esta vez no retuvo las lágrimas, estaba harta de
reprimirse y dejó a esas gotas cristalinas correr por sus mejillas.
Laura al verla
así la abrazó y la niña sin ni siquiera pensárselo la correspondió, necesitaba
algo de cariño.
-No pasa
nada-le susurró la mujer en tono tranquilizador-Allí estarás bien, estarás a
salvo, nadie podrá hacerte daño.
Dana la
escucho pero siguió soltando las reservas de lágrimas que había acumulado
durante mucho tiempo.
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Los dos meses
que duró su estancia en el orfanato se impuso una rutina diaria la cual seguía a
rajatabla. Por la mañana desayunaba en una mesa apartada de las demás, no
quería relacionarse con nadie, necesitaba estar sola, sumida en su propio mundo
con su imaginación como única compañía, después de eso asistía a las clases,
las cuales a ella le resultaban muy fáciles, después de hacer todo esto llegaba
la hora de comer donde se situaba en su asiento habitual. El resto del día lo tenía
libre, los demás niños salían a jugar al patio o iban a la sala de
audiovisuales para ver la televisión, pero eso ha Dana le recordaba demasiado a
su antigua vida, por ello lo único que hacía era pasar sus tardes en la
biblioteca entre libros y mundos de fantasía, el único sitio donde sus penas no
tenia entrada. Por la noche ni siquiera asistía a la cena directamente se iba a
la cama donde antes de que llegase su compañera de habitación lloraba la muerte
de sus padres con un llanto que desgarraba hasta el más frío corazón.
Pero ese día
su rutina se vio interrumpida por una llamada de la directora Laura, la única a
la que veía como un pilar en el que apoyarse a parte de Oss el cual la visitaba
una vez por semana, le caía bien Laura pero de alguna manera hablar con Oss la conectaba
de alguna manera con el mundo exterior del cual ella huía pero a la vez
necesitaba.
Cruzó los
pasillos del orfanato dirigiéndose al despacho de la directora. Se paró en
frente de la puerta y golpeo la madera oscura con los nudillos, pidiendo
permiso. Giró el pomo e ingreso en la sala.
Las paredes
estaban pintadas de un bonito color violeta que le daba la alegría característica
de Laura, las ventanas eran negras y estaban cerradas por el frío del exterior.
El escritorio estaba hecho de madera oscura rodeado por tres sillas, dos a un
lado, y la restante, la de Laura un poco mas grande.
Sintió tres
pares de ojos sobre su persona y descubrió que no solo estaba Laura en el
despacho sino que estaba acompañada por una pareja de unos treinta y cinco años
de edad. La mujer era morena y delgada con unos ojos marrones cálidos y
oscuros. En cambio el hombre era rubio, alto y de ojos verdes risueños.
-Hola
Dana-saludó Laura- Estos son los Srs. Tronlen.
-Buenos días-dijo
la niña.
-Por favor
tomemos asiento Para acabar con todo esto hay que contar con la aprobación de
Dana.
Los Srs.
Tronlen se sentaron en los dos asientos juntos y Laura en su silla. Dana se
quedó allí, de pie sin saber qué hacer. La Sra. Tronlen al percatarse de le
indicó que se sentase sobre sus piernas. La niña obedeció con las mejillas
ardiendo y con la mirada de todos sobre ella. Laura sacó un papel con letras
escritas que Dana no pudo ver y lo colocó en frente de ella.
-Dana-dijo
Laura mirándola a los ojos- Los Srs. Tronlen fueron a la comisaria el mismo día
en el cual salió tu noticia da en el periódico, con la intención de
adoptarte-Suspiró con fuerza-No hemos querido decirte nada porque tardamos por
lo menos dos meses en revisar el historial de las personas que quieren adoptar
a un niño para revisar que no corren ningún peligro y que son unos padres
potencialmente aptos para cuidar de un niño. Los Srs.Tronlen están en perfectas
condiciones para ejercer como tus tutores legales, yo te lo puedo confirmar.
Pero como ya te dije hace dos meses es tu decisión. Lo único que tienes que
hacer es firmar aquí- terminó señalando el papel que anteriormente había sacado.
Se quedo un
momento en silencio asimilando toda la información. Pensó en todo lo que había vivido
durante esos últimos dos meses y en lo mucho que había sufrido y seguía sufriendo
por la muerte de sus padres. Ese pensamiento la hizo soltar un gemido lastimero
asustando a todos los de la sala sobre todo a Laura la cual pensaba que se iba
a echar atrás y que volvería a su rutina monótona.
Pero en vez de
eso se limitó a coger un bolígrafo del escritorio de Laura con lágrimas en la
cara y firmó. Amarrándose a la última valsa salvavidas que le quedaba.
Espero que os haya gustado :D
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